Las murallas de arena

En verano siempre hay una imagen que se repite: una o varias personas se tiran a la arena para levantar una muralla que evite que la marea les moje. El final todos nos los conocemos. Gritos, carreras y risas de terceros, probablemente mías. Lo siento, confieso que me hacen especial gracia este tipo de cosas. Voy a dejar a los domingueros que se coman su bocata de tortilla tranquilos en La Barrosa y ahora vuelvo con ellos.

Una persona a la que le tengo un especial cariño me dijo una vez que era muy emocional, que la razón debía de comerle un poco de terreno a la emoción para no sentir que estoy maniatado en el Dragon Khan. En esa dualidad me encuentro: Razón Vs Emoción. Son varias las herramientas que me han proporcionado para hacerlo, pero siento una especie de contradicción. Es obvio que para mi bienestar es necesario relativizar y tener el criterio para darle la importancia justa a cada cosa, es decir, puedo moldear mi personalidad, pero hasta qué punto. ¿Significa esto ir en contradirección a lo que realmente soy? ¿Me traiciono a mí mismo si lo hago? No es la primera vez que me vuela este pensamiento por la cocorota.

 ¿Acaso me estoy traicionando reprimiéndome?
dependerá si doy por justo el resultado
Como me falle duele el doble
Y seré responsable de responder mis preguntas y no hacerme caso

No recuerdo cuando escribí esta letra, el tema data del 5 de septiembre de 2020, casi dos años ya. El progreso personal en este sentido creo que ha sido importante. Por eso, a veces me gusta releer o reescuchar letras antiguas; para ver mi evolución en todo este tiempo. Bueno, vuelvo con la familia que ya se han acabado el bocata y han levantado la muralla de arena. Creo que no son conscientes de que la marea no termina de subir hasta las 16:30. Suerte.

Ponerle vallas al mar es inútil, la cara de idiota que se te queda cuando notas el agua por los pies es para el álbum de mayores panolis. La otra cara de la moneda es plantar tu sombrilla en las dunas, donde el sol te fríe las plantas de los pies y te las deja como un provolone. Pero ¿quién soy yo para juzgarles? Yo que le he levantado murallas inútiles a mis sentimientos y me han zarandeado de lado a lado. Yo que he intentado no sentir para mantenerme fuera del riesgo; en contra de lo que soy y, en consecuencia, con la sensación constante de ser un extranjero en mi propia casa. El quid de la cuestión recae en descifrar cuál es el punto perfecto, el equilibro para estar cerquita de la orilla, donde la brisa refresca, pero donde sepas que no vas a tener que correr con tus cosas hacia atrás; aunque siempre existe ese riesgo que me mantiene vivo, eso sí, sin fosos ni murallas de arena.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *