Decir adiós

Primera parte

Qué doloroso es sentir como alguien se va poco a poco.
Qué doloroso es ver como la luz se apaga delante de tus narices y no puedes hacer nada.

Si tuviera que trasladar a este Word una imagen que describa lo que me ronda por la cabeza, sería la típica escena de serie estadounidense en la que aparece una calle deshabitada, vapor de agua de una alcantarilla y una farola solitaria que parpadea desacompasada en el frío de una noche de diciembre. En ese escenario paseo. Cruzo los dedos por que vuelva a encenderse, aunque cada vez brilla durante menos tiempo; la luz pierde terreno ante la oscuridad, pero mis pupilas se adaptan a ella con el paso de los minutos. La ausencia prolongada del brillo la hace más exclusiva: su retorno momentáneo emociona, su apagón te devuelve a la casilla de salida. Mis pupilas han de volver a aclimatarse a lo que ya se convirtió en normalidad.

Segunda parte

Se fue.
Se apagó.

Una llamada perdida. Vuelve a sonar mi móvil. No quiero que sea esa llamada; pero lo es. Llevaba días con la idea en la cabeza de que, tarde o temprano, iba producirse; aun así, no estaba preparado. Nunca estás preparado. ¿Quién lo está? Cuelgo, cierro los ojos, suspiro y me pesa el mundo. Todo empieza a perder sentido. Todo cambia. Ya nada será igual. Y me duele, porque no estaba preparado. ¿Quién lo está? Yo no. Nunca lo estaré. No estoy preparado para esto. No estoy preparado para ver ese butacón vacío.

Pepe Ortega Monedero

1 comentario en “Decir adiós”

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